Mujeres en el Olvido es un espacio para recuperar las voces de mujeres silenciadas por la historia. Científicas, artistas, pensadoras e inventoras que marcaron el mundo y no recibieron el reconocimiento que merecían. Reivindicamos su legado con mirada feminista.

Mary Ingalls: La hermana olvidada que brilló en la oscuridad

Cuando pensamos en La Pequeña Casa en la Pradera, el rostro de Laura Ingalls Wilder suele acaparar toda la atención. Pero detrás de esas historias de vida sencilla y pionera, hubo otra figura silenciosa y admirable que rara vez es reconocida: su hermana mayor, Mary Ingalls. Esta es la historia de una mujer que perdió la vista, pero jamás la luz interior.

Mary Ingalls: La hermana olvidada que brilló en la oscuridad

Un comienzo cálido en un invierno helado

Era el 10 de enero de 1865. Mientras el viento del invierno barría las planicies de Wisconsin, nacía Mary Amelia Ingalls en una cabaña modesta del condado de Pepin. Era la primogénita de Charles y Caroline Ingalls, una niña de carácter dulce, modales tranquilos y una mente ágil que disfrutaba de leer, escribir poesía y coser.

En la pequeña cabaña de los Ingalls, Mary compartía risas, juegos y secretos con sus hermanas Laura, Carrie y Grace. La vida, aunque dura y marcada por constantes mudanzas, estaba colmada de amor y aprendizajes.

El día en que la luz se apagó

En el verano de 1879, cuando Mary tenía 14 años, una fiebre cerebral —probablemente meningitis o escarlatina— la dejó ciega. Su mundo se volvió oscuro de un día para el otro.

La escena es conmovedora. “¡No veo nada!”, susurró con miedo, mientras su familia la rodeaba, tratando de consolarla sin saber cómo cambiar el rumbo del destino. Laura, su hermana inseparable, se convirtió en sus ojos: le describía cada detalle del entorno, le leía libros y la ayudaba a seguir estudiando.

Pero Mary no se detuvo ahí.

Contra todo pronóstico: el colegio para ciegos

En una época en la que la discapacidad era sinónimo de aislamiento, Mary demostró que la voluntad puede más que la adversidad. En 1881, con 16 años, ingresó al Colegio para Ciegos de Iowa. Allí, durante siete años, estudió materias como literatura, matemáticas, ciencia y música, y aprendió oficios manuales como el tejido y la fabricación de escobas.

Su paso por ese colegio no solo la formó académicamente, sino que le dio herramientas para vivir con autonomía y dignidad. Se graduó en 1889 como una mujer culta, valiente y profundamente resiliente.

Una vida sencilla, pero llena de sentido

Tras finalizar sus estudios, Mary regresó a De Smet, Dakota del Sur, donde vivió el resto de su vida. Nunca se casó, aunque hubo un pretendiente que le propuso matrimonio. Eligió, en cambio, una vida tranquila, dedicada a la música, la lectura, la costura y, sobre todo, a su familia.

En 1912, tras la muerte de su padre, su madre le vendió la casa familiar por un dólar simbólico y “todo el amor y cariño” que habían compartido. Ese pequeño gesto encierra una profunda verdad: Mary no necesitó títulos ni fama para dejar huella. Su grandeza estaba en su espíritu sereno y en su capacidad para resistir sin amargura.

La última despedida

En 1924, la muerte de su madre fue otro golpe doloroso. Su hermana Grace y su cuñado se mudaron con ella para acompañarla, y Carrie la visitaba con frecuencia. La familia seguía siendo su refugio.

En 1928, durante una visita a la casa de Carrie en Keystone, Dakota del Sur, Mary sufrió una caída que derivó en un accidente cerebrovascular. Fue hospitalizada, pero su cuerpo ya no tenía fuerzas. El 27 de octubre de ese año, a los 63 años, falleció.

Sus restos fueron trasladados a De Smet, donde fue enterrada junto a sus padres, cerrando así el círculo de una vida marcada por el amor y la lucha constante.

La hermana en las sombras… que dejó luz

Mary Ingalls fue mucho más que “la hermana ciega” de Laura. Fue una mujer que, aún enfrentando una de las pérdidas más temidas —la vista—, eligió vivir con esperanza, con ternura y con un profundo sentido del deber.

En una época que relegaba a las personas con discapacidad al silencio y la invisibilidad, Mary eligió aprender, enseñar, acompañar y resistir. No escribió libros, pero fue fuente de inspiración para muchos pasajes de La Pequeña Casa en la Pradera, donde su fortaleza y dulzura quedan inmortalizadas.

Hoy, al recordarla, le devolvemos un poco de la visibilidad que le fue negada en vida. Porque las mujeres como Mary Ingalls merecen ser vistas.

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