Una adolescente escribió una de las novelas más influyentes de la historia… pero nadie imaginaba el precio que pagaría por ello.
En el imaginario colectivo, Mary Shelley es la mente brillante detrás de Frankenstein, la obra gótica que dio vida al monstruo más famoso de la literatura. Pero su historia va mucho más allá de la invención de una criatura: es la historia de una mujer que vivió en carne propia el dolor, la muerte, el amor prohibido, el exilio y la lucha por sobrevivir como escritora en un mundo de hombres. Su vida parece sacada de una novela… solo que fue real.
Nacida entre libros y pérdidas
Mary Wollstonecraft Godwin nació el 30 de agosto de 1797 en Londres. Desde su primer aliento, el destino marcó su vida con una herida profunda: su madre, la filósofa feminista Mary Wollstonecraft, murió de fiebre puerperal pocos días después del parto. Aunque Mary nunca la conoció, su legado la acompañaría siempre.
Su padre, William Godwin, era un pensador político radical. Crió a Mary en un ambiente repleto de libros, ideas revolucionarias y visitas de grandes intelectuales. Pero aunque su entorno intelectual era privilegiado, emocionalmente vivió carencias: la nueva esposa de su padre no la aceptaba del todo, y Mary creció sintiéndose un poco extraña incluso en su propia casa.
El amor que lo cambió todo
A los 16 años, Mary conoció al poeta Percy Bysshe Shelley, un joven casado, ateo, idealista… y completamente fascinado por ella. La atracción fue inmediata y poderosa. Se fugaron juntos a Europa, dejando atrás escándalos familiares y ganándose el rechazo de la sociedad inglesa.
Ese viaje, que parecía romántico, pronto se tornó difícil: escasez de dinero, rechazo social y, sobre todo, una tragedia que la marcaría para siempre. Su primera hija murió pocas semanas después de nacer. Fue solo el comienzo de una serie de pérdidas que pondrían a prueba su fortaleza emocional.
Una noche de tormenta que hizo historia
En 1816, Mary y Percy pasaban el verano en Suiza, junto a Lord Byron y otros amigos. La lluvia los obligó a quedarse encerrados en una casa junto al lago durante semanas. Fue entonces cuando Byron propuso un reto: que cada uno escribiera una historia de terror. Mary aceptó el desafío… sin saber que cambiaría la historia de la literatura para siempre.
Así nació Frankenstein o el moderno Prometeo, una obra que no solo inauguró la ciencia ficción, sino que también planteó temas como la ética científica, la maternidad, el rechazo social y el dolor de la creación. Mary tenía apenas 18 años.
Más pérdidas, más resistencia
Después de Frankenstein, su vida no se volvió más fácil. Mary y Percy perdieron a otros dos hijos en los años siguientes. La muerte los rondaba, y Mary vivía con una sombra permanente en el corazón. En 1822, su mundo se desmoronó: Percy Shelley se ahogó en una tormenta mientras navegaba en Italia. Mary tenía 24 años y un hijo pequeño que criar sola.
Volvió a Inglaterra con su hijo Percy Florence Shelley, decidida a ganarse la vida escribiendo. En una sociedad que aún veía con recelo a las mujeres intelectuales, Mary publicó novelas, ensayos y biografías, además de encargarse de recopilar y editar las obras de su difunto esposo para preservar su legado.
Escritora, madre, sobreviviente
Mary Shelley nunca se volvió a casar. Dedicó su vida a escribir, leer y cuidar de su hijo. Su salud, deteriorada por años de sufrimiento físico y emocional, fue empeorando con el tiempo. Aun así, no dejó de crear hasta sus últimos días.
Murió el 1 de febrero de 1851, a los 53 años, en Londres. En su escritorio encontraron varias páginas con nuevos proyectos literarios, demostrando que su mente seguía trabajando incluso cuando su cuerpo ya no podía más.
El verdadero legado de Mary Shelley
Frankenstein sigue siendo estudiado, reinterpretado y versionado en todo el mundo. Pero reducir a Mary Shelley solo a su monstruo es una injusticia. Fue una pionera de la literatura escrita por mujeres, una pensadora crítica, una voz femenina en un entorno dominado por hombres.
Vivió entre tumbas, manuscritos, cartas, dolor y palabras. Y aún así, su creatividad nunca se apagó.
Mary Shelley no fue solo una escritora: fue una sobreviviente. Y su historia merece ser contada tanto como la de cualquier monstruo inmortal.
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