Mujeres en el Olvido es un espacio para recuperar las voces de mujeres silenciadas por la historia. Científicas, artistas, pensadoras e inventoras que marcaron el mundo y no recibieron el reconocimiento que merecían. Reivindicamos su legado con mirada feminista.

Émilie du Châtelet: La mujer que corrigió a Newton y allanó el camino para Einstein

 En una época en la que el conocimiento tenía nombre de varón y las mujeres quedaban confinadas a la sombra del hogar, una mente brillante rompió con todas las reglas. No necesitó una universidad, ni un título, ni permiso de nadie. Solo necesitó su cerebro, su pasión... y su rebeldía.

Émilie du Châtelet nació en 1706 en Francia, en una familia noble que le permitió tener algo que a pocas niñas se les concedía: educación. Pero lo que hizo con ese privilegio fue lo verdaderamente extraordinario.

Si te gustó este post, te invitamos a leer la historia de Mileva Marić, la brillante mente silenciada detrás de Einstein.

La mujer que corrigió a Newton y allanó el camino para Einstein

Una infancia fuera de lo común

Mientras las niñas de su clase aprendían bordado, protocolo y obediencia, Émilie estudiaba latín, griego y matemáticas con una facilidad pasmosa. Aprendía con la misma avidez con la que otros jugaban. A los 12 años, ya leía a Descartes. A los 16, debatía filosofía.

Pronto se dio cuenta de que ser mujer significaba estar excluida del mundo del conocimiento. ¿La solución? Se disfrazaba de hombre para poder asistir a cafés y academias donde se discutían las grandes ideas del momento. Su presencia era una anomalía… hasta que hablaba. Porque su lucidez desarmaba cualquier prejuicio.

Voltaire, su aliado… y su igual

Cuando conoció al filósofo Voltaire, nació una relación que fue mucho más que amorosa: fue intelectual, desafiante y creativa. Él tenía las palabras. Ella, las fórmulas. Y juntos transformaron el castillo de Émilie en un centro de pensamiento libre y revolución científica.

Mientras Voltaire escribía sátiras y tratados, Émilie experimentaba, resolvía ecuaciones y se obsesionaba con los misterios del universo. Leía a Newton, lo cuestionaba, lo interpretaba… y, en más de una ocasión, lo corregía.

La mujer que corrigió a Newton

Isaac Newton sostenía que la energía de un cuerpo era proporcional a su velocidad (E = mv). Pero Émilie notó algo que a otros se les había escapado. Basándose en los experimentos de Willem 's Gravesande —quien dejaba caer bolas de plomo sobre arcilla para medir el impacto—, demostró que la energía no dependía solo de la velocidad, sino de la velocidad al cuadrado.

Así nació una fórmula que todo el mundo estudia hoy:

E = ½ mv²

Este hallazgo fue revolucionario. No solo corrigió al gigante Newton, sino que sentó las bases de la física moderna. Tanto así que, siglos después, Albert Einstein reconocería su trabajo como inspiración para sus teorías de la relatividad.

Su mayor legado: traducir (y mejorar) a Newton

Uno de sus proyectos más ambiciosos fue la traducción al francés de los Principia Mathematica, la obra fundamental de Newton. Pero no se limitó a traducir: añadió comentarios, aclaraciones, y en muchos casos, explicaciones más comprensibles que el texto original.

Esa traducción —que culminó en sus últimos días de vida— sigue siendo la versión de referencia en Francia hasta hoy. En ella, no solo dejó su voz, sino su visión: una ciencia con rigor, pero también con humanidad.

Una muerte prematura, un legado eterno

A los 42 años, Émilie quedó embarazada de su amante, el poeta Jean-François de Saint-Lambert. Sabía que su vida corría peligro: a esa edad, el parto podía ser fatal. Aun así, no se detuvo. Trabajó hasta el último día para finalizar su traducción, como si intuyera que el tiempo se le acababa.

Pocos días después de dar a luz, murió. Pero su obra, su pensamiento y su valentía sobrevivieron al olvido. Durante mucho tiempo, su nombre quedó oculto bajo la sombra de Voltaire. Hoy, cada vez más, brilla con luz propia.

Émilie du Châtelet fue más que una científica

Fue una rebelde con causa. Una mujer que desafió los límites, no por ego, sino por amor al conocimiento. En pleno siglo XVIII, se atrevió a pensar, a escribir, a equivocarse, a corregir… y a brillar.

Gracias a ella, muchas otras mujeres pudieron —y pueden— entrar en el mundo de la ciencia sin tener que disfrazarse ni pedir permiso. Fue la chispa que encendió una mecha que aún arde.

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